miércoles, 18 de junio de 2008

El Mar


Los que me conocen saben que aparte de sangre (y una pequeña proporción de alcohol) por mis venas corre agua salada. Del Mediterráneo, para los que exijan denominación de origen. El mar es una de mis pasiones. Tiene algo que te atrapa. Te falta y lo echas tanto de menos que eres capaz de estar debajo de la ducha hasta que las yemas de tus dedos parecen uvas pasas con tal de acercarte (vacuamente) a la sensación de estar rodeado de agua. Por eso tuve que volver a mi isla. A mi encantadoramente claustrofóbica isla. Síndrome de Estocolmo. El sonido del mar, de sus olas, de su brisa, de su espuma, sus gaviotas... es música perfectamente orquestada, solo para el que de verdad sabe escuchar.

Cito el principio de una gran película

“Es la sensación de contacto... en cualquier ciudad por la que camines, ¿comprendes?, pasas muy cerca de la gente y esta tropieza contigo. En Los Angeles nadie te toca. Estamos siempre tras este metal y cristal y añoramos tanto ese contacto que chocamos contra otros sólo para poder sentir algo"

Puede que eso sea lo que más me gusta del mar. Que esa frase no tiene sentido. No hace falta chocar en el mar. Se saluda. Se saluda a todo el mundo. Un amistoso gesto con la mano que es devuelto el 100% de las veces. Es la sensación de estar compartiendo algo, de estar disfrutando de algo a la vez. No importa que sea el pijo irredento que navega en su megayate de 30 metros como el humilde pescador que sale a pescar un par de calamares en su llaüt de 30 años. Siempre se te devolverá un saludo. El mar une.